En el corazón de San Jerónimo Norte, donde el tiempo parece deslizarse al ritmo de las conversaciones, se encuentra la Plaza Libertad, un refugio de recuerdos y encuentros. Aquí, entre la brisa matutina y el murmullo de las hojas, un grupo de almas se reúne día tras día, compartiendo más que el simple transcurrir del tiempo.
Bajo la sombra de añejos árboles, con sus siluetas dibujadas por el sol, estos seres, que a veces rebasan la veintena, se arraigan en sus sillones con la certeza de que la vida se vive mejor en compañía. Desde las nueve de la mañana hasta las once ( a veces más tarde) el reloj se detiene para ellos, dejando espacio para las risas, las charlas, y los relatos que tejen el tapiz de sus existencias.
No es solo una reunión casual, es un pacto con la camaradería, donde el respeto y la dignidad son los pilares sobre los que se erige cada palabra. Aquí, en este rincón de la plaza, se celebra el arte del envejecimiento activo, donde la participación en la comunidad es más que un ideal, es una forma de vida.
Entre sorbos de mate, esa infusión que es más que una bebida, y la calidez del sol acariciando sus rostros, este grupo de amigos se sumerge en un océano de recuerdos, navegando entre anécdotas que son faros en la niebla del tiempo. Porque ser mayor no es solo una cuestión de edad, es un estado de ánimo, es conservar la chispa de la juventud en el corazón, como un tesoro invaluable que se comparte con cada sonrisa y cada abrazo.
Así, mientras el mundo gira y las estaciones cambian, la Plaza Libertad sigue siendo testigo silencioso de estas reuniones, donde el tiempo se detiene para dar paso a la eternidad de los lazos humanos. Y en cada mañana que se despierta en este rincón del universo, se renueva la promesa de volver a encontrarse, de compartir nuevas historias y de mantener viva la llama de la amistad. Porque en esta plaza, donde convergen el pasado y el presente, cada momento es una joya que brilla con la luz de la nostalgia y la esperanza.