Lectores sensibles, un amplío debate sobre la práctica lectora


La figura del “lector sensible”, surgida no hace mucho en la escena editorial internacional, suerte de corrector contratado para reeditar clásicos literarios o inéditos según las ideas inclusivas de época, fue debatida por las editoras Leonora Djament y Gabriela Adamo, en el ciclo de charlas organizado por la agencia de noticias Télam, dentro del espacio que comparte con los ministerios de Ciencia y Tecnología, Educación y Cultura en el pabellón Azul de la 47 Feria del Libro de Buenos Aires.

Hace unos años, los grandes grupos editoriales internacionales incorporaron un nuevo rol editorial que tiene como tarea rastrear palabras que estén vinculados a género, orientación sexual, razas y minorías que puedan resultar ofensivas. A esta nueva figura que desprende numerosas líneas de debate se la denominó “lector sensible”. En el marco del ciclo de charlas que organiza Télam, la moderadora Dolores Pruneda Paz invitó a definir esta nueva figura. A continuación, Leonora Djament, licenciada en Letras y editora en Eterna Cadencia, señaló que “no tiene una respuesta definida” pero que no cree mucho en esta nueva profesión que se inventó en el hemisferio norte.

“Me preocupa si ese lector sensible en realidad es un censor y en nombre de quién dictamina si hay palabras que se puedan decir y otras que no. Los lectores reales son absolutamente diversos. Habría que confiar un poco más en que saben poner en contexto y, en todo caso, poner notas al pie, prólogos, epílogos pero no modificar textos editoriales”, planteó Djament.

¿Por qué aparece esta figura intermediaria? Gabriela Adamo, exdirectora de la Feria del Libro y del festival literario Filba señaló: “Hay un problema de base que son los editores que no leen directamente, que leen a través de otra persona, que necesitan asegurarse de una especie de control de calidad del contenido”.

“El editor está eligiendo qué va a publicar o qué no, con el criterio que tiene su catálogo. Realiza un recorte, pero esto toma otro calibre cuando tiene que tercerizar ese criterio con el cual elige”, determinó Adamo sobre la diferencia que existe entre el rol editor y el del “lector sensible”.

En Estados Unidos y en Gran Bretaña, la polémica se disparó cuando clásicos como “Las aventuras de James Bond” del novelista Ian Fleming o “Matilda” de Roald Dahl sufrieron alteraciones en sus recientes reediciones. En referencia a qué pasa con estas decisiones, Djament puntualizó: “La literatura que vale la pena es la literatura que incomoda, la que hace pensar, que cuestiona el lenguaje, que siempre es un lenguaje alienado, cosificado. Hablamos y no pensamos las palabras que usamos”.

“La literatura hace mirar las palabras que usamos para hablar. En ese sentido, me parece que si la literatura tuviera una función, seria incomodar”, agregó.

Telam SE

La función de los lectores sensibles permite pensar las formas de leer en la literatura. Sobre esto, Djament dijo que no hay que olvidar los niveles de lectura. “Si aparece una palabra que resulta ofensiva, lo que hay que preguntarse es quién la dice. ¿La dice un personaje que tiene una mirada discriminatoria? ¿Es es el narrador? O a lo mejor el ‘texto todo’ tiene una mirada crítica sobre ese personaje que tiene una postura discriminatoria”, cuestionó la editora de Eterna Cadencia.

Acerca de si la literatura resulta la arena para dirimir estos debates, Adamo planteó: “La literatura es donde estos debates circulan. Quiero retomar que hay que confiar en el lector. Si al lector hay que protegerlo de algo, es de un paternalismo”.

Las editoras coincidieron en que el tema es complejo. “No es lo mismo encontrarse con textos que se escribieron hace 100 años que actuales”, señaló la editora y puso como ejemplo los sketchs del humorista Alberto Olmedo. “Los vemos hoy y no lo puede hacer nadie. A mi no me causó gracia nunca ni me va a causar. Pero sabemos en qué contexto. Lo que nos produce hoy nos permite ver cómo cambiamos como sociedad. Si arrasamos con eso y todo es igual, se pierden los matices”, dijo Adamo.

La conversación viró a cómo incidiría esta nueva figura en la formación de lectores. “Hay una complacencia de buscar cierto confort en el lector, entendiendo que el lector que da esa mirada es un mero consumidor y no un lector crítico. Y lo que hay que hacer es mejorar la experiencia de lectura de ese lector que no puede pensar por sí mismo entonces tiene que allanar el camino. Y en realidad el lenguaje es la arena política”, dijo la editora de Eterna Cadencia.

De este punto, se desprendió el cuestionamiento al lenguaje inclusivo y cómo, según Djament “está alojado en una vocal como la ‘e’”. “Pensar que alguien puede filtrar un texto, apaciguarlo, cuando a cada lector le puede ofender algo diferente es pensar en términos uniformes” y eso, para la editora “empobrece la literatura”.

Adamo puntualizó en cómo estos procedimientos de readecuación dialogan con la manera en que cada país se narra a sí mismo. ¿Cómo se relata Estados Unidos en la literatura? Adamo recordó una anécdota de una autora relacionada con el incidente de Pearl Harbour, cuando en una editorial extranjera le hicieron quitar este hecho concreto de su libro. “Hay cierta ingenuidad de pensar que solo hay una cuestión de cuidar al lector inocentemente”, marcó la editora.

“Me preocupa si ese lector sensible en realidad es un censor y en nombre de quién dictamina si hay palabras que se puedan decir y otras que no. Los lectores reales son absolutamente diversos. Habría que confiar un poco más en que saben poner en contexto y, en todo caso, poner notas al pie, prólogos, epílogos pero no modificar textos editoriales”Leonora Djament

¿Entonces cuál es el costo de estos borramientos? “No hay que borrar la historia, sobre todo cuando vivimos en una sociedad que sigue siendo fuertemente discriminatoria. Borrar los rastros de eso es creer que borrando esas palabras van a desaparecer. La literatura está para recordarnos que no”, señaló Djament.

Sobre cómo es el panorama del oficio de los lectores sensibles en Argentina, Djament respondió: “En principio siento que no se está practicando acá, pero igual me parece que hay que estar atento”. Cuando Pruneda recordó que en el caso de “Diez negritos” de Agatha Christie, desde la editorial internacional lo cambiaron a “No quedó ninguno” mientras que en español se decidió mantener el mismo nombre, Djament teorizó desde la perspectiva de América Latina.

“Somos sujetos discriminados permanentemente, fuimos colonizados, economías subdesarrolladas, países latinoamericanos empobrecidos. A lo mejor somos un poco más conscientes de las múltiples discriminaciones, sujeciones, explotaciones, más que el hemisferio norte”, planteó.

Sobre este punto, Adamo coincidió y acotó que, desde los inicios, “América se sube a una literatura a la que quiere pertenecer y a la vez no puede. Estamos muy acostumbrados a ese ir y venir. Acá aprendimos a decodificar con una jerga madrileña que acá no se usaba”, contó la editora y consideró: “En Estados Unidos no tienen la flexibilidad lectora que tenemos acá”.

¿Cómo se experimenta este fenómeno en las redes sociales? Las editoras coincidieron en cómo el anonimato resguarda la identidad y “fomenta las cancelaciones”. Adamo agregó, además, que los discursos se potencian. “Antes quedaba en un círculo chico, pero ahora se propaga anulando una voz. Un chiste malicioso quedaba en la mesa de un bar y ahora en un tweet o en un TikTok tiene más alcance”, explicó.

Para Djament, el “Me gusta” o el “No me gusta” de Facebook también resuena con el oficio de los lectores sensibles. “Al reducir todo al me gusta o no, o al lector, hay una peligrosidad en regirnos por las supuestas emociones”, consideró.

La palabra “sensible” también despertó reflexiones. “No habría que dejar que nos tomen las palabras. La otra trampa es dejar todo en un plano de la emocionalidad cuando la literatura, por supuesto que están las emociones en juego, pero también está la cuestión política”, reflexionó la editora de Eterna Cadencia.

En ese sentido, las editoras coincidieron en que “lejos de ser sensible, se trata de un lector que solo tiene una lista de palabras para borrar”.

Lo que nos produce hoy nos permite ver cómo cambiamos como sociedad. Si arrasamos con eso y todo es igual, se pierden los matices”Gabriela Adamo

“En Estados Unidos hay una idea de que tiene que ser correcta la literatura -cuestionó Adamo-. Es una sociedad en la que los médicos no pueden tocar a los pacientes por miedo a que se considere abuso sexual. Hay una pretensión de que podes asegurar algo, que podes tener un método por el que nunca se va a abusar un paciente. Por supuesto que se va a tratar, pero hay un punto de lo humano donde lo incierto es parte de la existencia. La literatura debería ser ese terreno”, agregó.

Aunque el rol de los lectores sensibles no está todavía instalado en el escenario editorial actual, Adamo reflexionó sobre problemáticas similares. “Nunca vienen de los lectores. Siempre es por un interés corporativo o un grupo de intereses muy claro. Nunca jamás vino desde el lado de los lectores. Me parece que las discusiones forman parte del rubro del libro”, señaló.

“Se iba a presentar un libro negacionista, y fue levantada esa presentación. Siempre tenemos que ver de qué estamos hablando, una cosa es la banalización y otra estar hablando con fascistas, donde la Feria se reserva el derecho de admisión”, diferenció Djament y esto condujo a un debate aún más complejo sobre si hay una pretensión de hacer coincidir la obra literaria con el autor.

Adamo trajo a la conversación el ejemplo de “Lolita”, del autor Vladimir Nabokov: “Nabokov no es el protagonista de ‘Lolita’. Uno lo lee como una experiencia literaria y que le sirve para entender el mundo de otra manera. La literatura no viene solita, no es neutra”, dijo.

La charla finalizó con la conclusión de que abrir preguntas en una sociedad que apunta al control “resulta enriquecedor” y las editoras invitaron a una literatura “que abra preguntas”.





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